Pobre hombre. ¿Acaso no solo estaba haciendo su trabajo, ganándose los frijoles con dignidad falaz, soltando babas bajo el sol para la ingrata teleaudiencia? ¿Acaso no? Se lo pregunto a usted, mi mal habido lector: ¿Acaso merecía ese maltrato público un microondero de tamaño calibre y trayectoria? ¿Esa bajeza, aquella triste humillación?
Hasta he llegado a pensar que fue un maleficio. Es más, estoy convencido: no pudo ser de otro modo. Porque lo único que hizo el pobre Günter Rave aquella mañana fue decir: "Rumbo al verano dos mil ocho cho-cho-chó". Y plaf, de pronto, apareció a lo lejos un hombrecito que fue creciendo en su pantalla hasta acapararla toda y gritar: "¡Genaro, págame mi plata!". Qué falta de respeto -digo yo- con un periodista que se había soplado las peores crisis de Panamericana, su canal de toda la vida, mientras todos huían demostrando que no tenían bandera, alma y corazón. Tanta lealtad para nada.
¿No sabe de lo que le estoy hablando? Entonces podría mandarlo a ver el final del post anterior, como castigo a su falta de fidelidad [esa misma que engrandeció tanto a nuestro humillado Günter]. Pero no. Antes de que me arrepienta, hágame el favor de presionar play aquí, abajito nomás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario